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Romper el pacto del silencio

 

“Considero la literatura femenina como una categoría específica, no a causa de la biología, sino porque es en un sentido, la literatura de los colonizados”.

 

Privilege of consciousnes

Christianne Rochefort

 

En la subjetividad de la sociedad guatemalteca actual, prevalece aún un discurso colonial que determina claramente un mundo regido por un sistema de poder adscrito al orden del Padre. Un mundo distinto para indígenas y ladinos, para pobres y ricos, para colonizados y colonizadores, para mujeres y hombres. Los matices intermedios están, claro que están, pero la historia oficial se ha construido, por siglos, a partir de ese pensamiento binario que tiende un único lazo entre dos puntas. Nada más. Por su parte, la palabra ha hecho existir mundos, pero exclusivamente los de aquellos que, por su posición de poder, han tenido el derecho a nombrarlo y nombrarse.

 

Es el año 2010 y, a pesar del peso de una subjetividad que se resiste a morir, Guatemala ha transitado por rutas más incluyentes y por un proceso de lenta descolonización que ha permitido el resurgimiento de múltiples voces. La palabra ha dado paso a otras subjetividades y nuevos paradigmas, aunque sabemos que para hacerse escuchar, esa palabra ha tenido que pasar necesariamente por la intervención de la cultura patriarcal.

 

Nos dimos la oportunidad de leer y reinterpretar el mundo a partir de códigos nuestros; nos permitimos reinventarnos a partir de las voces y las vidas de mujeres que nos han precedido, de resignificar el mundo desde un ejercicio colectivo de memoria y reconocimiento. Un ejercicio antológico y ontológico, epistemológico y hermenéutico, literario y onírico, pero esencial y profundamente amatorio. Todo un privilegio.

 

Fueron jornadas de mutua entrega en las que nos constituimos en sujetas de derecho y por derecho nombramos nuestro mundo, y en él a nosotras. Traemos siglos de silencio encima y nuestro hablar oral y escrito ha estado mediado por el discurso canónico que se pronuncia desde los distintos púlpitos eclesiales, políticos, académicos y familiares, entre otros. Nos hemos reconocido a partir de lo que otros dicen que somos. Pero articular a “las mujeres que escriben” con “la escritura de mujeres” pasa por estudiar lo que ha quedado escrito por las mujeres de todas las épocas. Y aún más….pasa por darle continuidad a la palabra de las mujeres.

 

Las mujeres hablaron y escribieron desde las celdas, las casas, los monasterios, las cortes; ciertamente no fueron todas, pero se constituyeron en la voz de muchas a lo largo de los siglos. Las hicimos visibles, las trajimos de todos los tiempos, las resucitamos, y con ellas nos hicimos visibles nosotras, nos reconocimos deudoras y huellas.

 

Las mujeres vivimos una dualidad: como miembros de una cultura general y como participantes de una cultura femenina. Hemos sido tradicionalmente, pero cada vez menos, un grupo silenciado, cuyos límites de cultura y realidad se traslapan con los del grupo dominante sin estar totalmente contenidos en él. En los debates sobre teoría literaria y feminismo, lenguaje y feminismo, literatura y feminismo hay que poner en la mesa conceptos centrales como percepción, silencio y silenciamiento. Porque lo silenciado sugiere problemas que no son únicamente de lenguaje, sino de poder. La escritura femenina no está dentro ni fuera de la tradición masculina, está simultáneamente dentro de dos tradiciones o “corrientes ocultas”: la de las sujetas colonizadas y la de los colonizadores.

 

De allí, que por muchos siglos, la historia de las mujeres se tallara en azúcar;  desde ese escenario virtual no había posibilidad alguna de dejar huella permanente. A la menor sospecha de lágrimas o cuerpos húmedos, el azúcar se disolvía sin dejar más rastro que un sabor dulzón.  Para el imaginario colectivo no habían sino seudomujeres encarnadas en vírgenes, hadas madrinas, Dulcineas, Cenicientas, brujas, abnegadas y silenciosas madres o malvadas madrastras que en poco o nada se parecían a las otras de carne y hueso.

 

Mientras la mitad de la humanidad podía nombrar las cosas, la otra mitad debía vivir de la economía de las palabras y del tabú. Poco a poco, las palabras tabú definieron los objetos tabú y por lo tanto establecieron los límites del desempeño discursivo y práctico de las mujeres. Y resulta que el objeto tabú por excelencia fue el cuerpo de las mujeres; un cuerpo constituido en el territorio donde se inscribía y escribía la cultura patriarcal. Sin embargo, la palabra desobediente y transgresora salió de los claustros, las cocinas y las alcobas para trazar un haz luminoso entre nuestras ancestras y nosotras. Decía Danielle Régnier- Bohler que “la palabra es una piel simbólica; un nexo entre el individuo y la comunidad: la palabra es siempre simiente de otra palabra.”

 

Perpetua de Cartago (año 203 D.C.), Roswitha, Duoda, Eloísa, Hildegarda de Bingen, Grazida, Margerite Porete y Christine de Pizan, Sor Juana Inés de la Cruz, Virginia Woolf,  fueron algunas de las voces occidentales que rescataron a las mujeres del silencio. Desde su palabra y la de otras como ellas, se nos ofreció la posibilidad de dejar de espiar los grandes acontecimientos detrás de las cortinas, para pasar al lugar de los espejos, desde donde empezamos a construir nuestra posibilidad de ser sujetas de nuestra historia.

 

Desconstruirnos como mujeres desde las imágenes a partir de las cuales se nos ha definido externa o internamente, ha significado concebir el poder de las silenciadas. Así lo entendieron las artesanas de la palabra. Más cerca en el tiempo, nos reconocemos herederas de Gabriela Mistral,  Delmira Agustini y otras escritoras latinoamericanas que encontraron una forma de llegar al centro de la palabra, por medio de la poesía.

 

Su palabra va haciéndose cada vez más fuerte y su escritura transita por puentes desplegados sin ningún pudor.

 

Las mujeres de todos los siglos hicimos nuestro propio pacto, uno nuevo que pasa por restaurar la vida a través de nuevos lenguajes y que no impone para nadie el silencio. ¿Cabría mejor motivo para celebrar?

 

Carolina Escobar Sarti

Junio de 2010

 

 Acerca de nosotras 

"El seminario de Literatura Feminista es un espacio para reinventar la vida desde la escritura” 

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